miércoles, 20 de enero de 2010

MEMORIA : Fundación Carlos de Amberes ( 15 Ene)

EXPOSICIÓN Tiempo de Paces. La Pax Hispánica y la Tregua de los Doce Años (1609-1621)

Las guerras libradas durante los últimos veinte años del reinado de Felipe II habían generado un importante desgaste material, humano y financiero. La Monarquía Hispánica y las demás potencias beligerantes deseaban abrir un periodo de restauración y estabilidad. El propósito fundamental que debía guiar la política exterior del joven Felipe III era la conservación y defensa de la Monarquía, procurando retrasar con una activa política de pacificación y quietud el vertiginoso envejecimiento (entiéndase decadencia) al que ésta se hallaba abocada.
Al producirse la sucesión, ya existían determinadas líneas de actuación en la política exterior de la monarquía destinadas a propiciar este proceso de pacificación que culminaría con la firma de las paces con Francia (1598) y con Inglaterra (1604), y de la tregua con los rebeldes holandeses (1609).
Los acuerdos de la Paz de Vervins (1598), ponían fin a la intervención española en las guerras de religión francesas y establecían la cesión de la soberanía de los Países Bajos a la infanta Isabel Clara Eugenia como vía para una solución definitiva de la Guerra de Flandes. La corona española fomentó formas de hostigamiento más rentables y menos costosas sobre la estructura económica de sus enemigos: imponiendo embargos comerciales y navales; aumentando los derechos aduaneros; fomentando la guerra de corso en las costas flamencas contra el incipiente poderío naval holandés; o reforzando su presencia armada en el estrecho de Gibraltar para dificultar el lucrativo comercio de los países del norte de Europa con el Mediterráneo.
Después de reforzar las relaciones en el seno de la dinastía de los Habsburgo, se procedió a ratificar la cesión de la soberanía de los Países Bajos a Isabel Clara Eugenia y su marido el archiduque Alberto y se trató de ganar tiempo convocando las conferencias de paz de Boulogne (1600). La batalla de las Dunas aquel mismo verano confirmó la separación existente entre las provincias meridionales y septentrionales de los Países Bajos, y reforzó el apoyo de la población flamenca a sus nuevos soberanos.
En el articulado de la Tregua de los Doce Años (1609-1621) se trataba a las Provincias Unidas como correspondería a unos estados libres.
El costoso fracaso de la serie de armadas lanzadas por la Monarquía para dominar el Canal de la Mancha y forzar una solución al conflicto con Inglaterra después del desastre de la Gran Armada de 1588 dio lugar a un decisivo cambio en la estrategia de la guerra naval que se libraba contra ingleses y holandeses en el Atlántico. Así se decidió apoyar la revuelta católica en Irlanda enviando en su socorro un contingente militar español. Aunque acabó con la derrota de los rebeldes irlandeses y el asedio de las fuerzas españolas por un ejército inglés muy superior en hombres y equipamiento, concluyó con una rendición en términos bastante aceptables (enero de 1602).
La paz con Inglaterra firmada en Londres en 1604 se estableció sobre los mismos términos de tolerancia religiosa y apertura comercial negociados en el acuerdo Cobbham-Alba de 1576. Este tratado privaría a las Provincias Rebeldes de una importante asistencia militar y financiera directa y facilitaría las comunicaciones navales españolas con los Países Bajos a través del Canal de la Mancha. Posteriormente las relaciones hispano-británicas progresarían hacia la consolidación de la paz gracias a la labor desarrollada por embajadores tan notables como el conde de Gondomar.

Una cuestión que había quedado sin resolver en el tratado de Vervins era la posesión saboyana del marquesado de Saluzzo. Tras la ocupación francesa de los dominios ultramontanos del ducado de Saboya, el conde de Fuentes respaldó militarmente a Carlos Manuel I con el envío de tropas españolas. Por el tratado de Lyon (1601), se cedía la Saboya francesa a cambio del marquesado de Saluzzo. Esta solución confería unas fronteras más estables para la Francia de Enrique IV, pero debilitaba considerablemente al estado-tapón saboyano, comprometiendo la seguridad de la principal ruta terrestre que unía la Lombardía española con el Franco Condado y Flandes para el traslado de hombres y dinero al frente flamenco.
Los gobernadores españoles en Milán supieron mantener su control sobre el delicado equilibrio de poderes que existía en el norte de Italia. Sin embargo, entre 1605 y 1607, la hegemonía española en Italia tuvo que hacer frente al conflicto jurisdiccional declarado entre el papa Paulo V y la república de Venecia.
La diplomacia española logró evitar una implicación más directa en la radicalización política y religiosa que agitaba el Sacro Imperio sin descuidar la colaboración dinástica con los Habsburgo austriacos. En esta segunda década del reinado también se estrecharía la amistad con Francia, que se afianzó tras el asesinato de Enrique IV (1610) a manos de un fanático católico llamado Ravaillac, precisamente cuando el monarca francés hacía grandes preparativos militares y amenazaba con una reanudación de las hostilidades con la Monarquía.
Bajo estas directrices, la política mediterránea de la Monarquía Hispánica experimenta un renovado protagonismo, recuperando los valores tradicionales de la lucha contra el infiel musulmán con objetivos directamente vinculados a la seguridad costera de la Península y a la pujanza de la competencia naval y comercial de las potencias septentrionales en estas aguas meridionales. Se acomete entonces la expulsión de los moriscos españoles (1609-1610 y 1614).
Como vemos, en esta nueva Pax Hispanica, la política exterior de Felipe III incorporará a los principios tradicionales de la defensa de la fe católica, la lucha contra el infiel, la correspondencia dinástica o la quietud de Italia, otros tales como la paz con el Septentrión, la amistad con Francia y la guarda del Estrecho.
El último proyecto personal que trató de promover el valido fue una empresa contra Argel. Sin embargo, el monarca español optó por atender las prioridades que le marcaban consejeros como Baltasar de Zúñiga, para socorrer al emperador Matías ante la sublevación protestante de Bohemia. Esta decisión marcaría el comienzo de la intervención española en la Guerra de los Treinta Años.
La política de pacificación y quietud promovida por el valido concluyó prácticamente con su salida del poder. Su objetivo era frenar el acelerado desgaste de la Monarquía con una desastrosa participación en conflictos simultáneos de gran envergadura. No obstante, las críticas de corrupción difundidas sobre la facción saliente llegaron a desdibujar y menospreciar algunos de los mayores logros obtenidos por la diplomacia española en Europa, sin duda, gracias a la activa intervención del propio valido y a una pléyade de excelentes embajadores.

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